martes, 24 de enero de 2012

LEER.....¿Es peligroso para la salud?

¿Son realmente peligrosas las personas que leen? ¿Lo fueron en otros tiempos, siguen siéndolo hasta hoy? ¿Cuál ha sido la reacción de la sociedad ante esto? ¿Ha contribuido la lectura a la emancipación de la mujer, ha sido un arma eficaz en sus reivindicaciones feministas? ¿Leen las mujeres de un modo distinto a como lo hacen los hombres, establecen otro tipo de relación con el libro? Y ¿por qué leen actualmente mucho más las mujeres que los hombres? ¿Por qué es, en el campo de la escritura, donde ocupó primero un lugar la mujer y donde sigue jugando un papel destacado?
Sin duda es reconfortante que, entre tantísimas imágenes pintadas y retratos realizados en los siglos pasados, en los que las mujeres se entregan a las labores hogareñas o cuidan de los niños, aparecen con flores, abanicos, perritos de lujo o instrumentos musicales mientras a los hombres los vemos ganando batallas, participando en importantes acontecimientos políticos, sociales, culturales, experimentando en laboratorios, recluidos en lugares de estudio o de trabajo, haya algún@s en que aparecen leyendo.
Pero volvamos al tema principal: ¿son peligrosas las personas que leen? 
Uno de los argumentos a favor de esta tesis es la frecuencia con que los hombres poderosos, a lo largo de siglos, la han suscrito y han actuado en consecuencia. Estos coaccionaron y vigilaron a las personas para que leyeran lo menos posible y en todo caso sólo leyeran lo que ellos elegían para ellas.
El saber recogido en los pergaminos primero y después en los incunables, era custodiado por los poderes eclesiásticos y gubernativos. Después de que Gutenberg, con su invento maravilloso, facilitara la producción de los libros impresos, durante siglos se siguió dificultando el acceso a la lectura y se prohibieron determinados libros. En 1523, el humanista español Juan Luis Vives aconsejaba a los padres y maridos que no permitieran a sus hijas y esposas leer libremente. «Las mujeres no deben seguir su propio juicio», escribe, «dado que tienen tan poco». Y habrá que llegar a la Inglaterra victoriana para que sean las madres las que elijan las lecturas de sus hijas.
«No existe mejor fragata que un libro para llevarnos a tierras lejanas», dijo Emily Dickinson. Cierto, pero más cierto para aquellos que no poseen fragata alguna ni disponen de la más remota posibilidad de llegar a tierras lejanas. Porque los libros de la literatura de ficción permiten vivir a nivel imaginario lo que no vivimos en la realidad, y pueden convertirse, para bien y para mal, en un sucedáneo de la misma. El libro puede llegar a ser más importante que la vida. El libro enseña a las personas que la verdadera vida no es aquella que les hacen vivir. La verdadera vida está fuera, en ese espacio imaginario que media entre las palabras que leen y el efecto que éstas producen y no se resignan a cerrar el libro sin que algo haya cambiado en su propia vida. El libro se convierte en iniciación de una nueva vida.
Durante siglos han sido muchos los hombres a los cuales las mujeres que leen les han parecido sospechosas, tal vez porque la lectura podía minar en ellas una de las cualidades que, abiertamente o en secreto, a veces sin ni confesárselo a sí mismos, más valoraban: la sumisión.

En la España de los años cincuenta se recomendaba a las chicas que reprimieran esta afición ya que el exceso de lecturas, como el exceso de saber, sobre todo en las mujeres, las llevaría a tener de mayores problemas con los hombres.
Y no me atrevería a jurar que quien daba estos consejos, no llevara parte de razón. Más tarde la lectura se generalizó, la sociedad española se culturalizó y progresivamente se erradicó el analfabetismo y se pusieron los medios para que prácticamente todo el mundo que quisiera, tuviera acceso a la lectura y al aprendizaje. No puede negarse que, aún en el último cuarto del siglo pasado, a muchos hombres les preocupaba relacionarse con mujeres que fueran más altas, más inteligentes y más leídas que ellos.
Desde el momento en que la mujer pudo decidir, por ella misma, cuando se quedaba embarazada, estuvo en condiciones de dejar su atávico empleo de “tenedora de hijos” y cuidadora de la familia” y si lo deseaba, dedicarse a otra ocupación que le reportase ganancias económicas personales y la hiciera sentir libre de decidir que hacer con su vida. Desde ese momento y no hay vuelta atrás, por si queda algún hombre nostálgico de los viejos tiempos, lo que debería darles miedo a las mujeres es NO LEER. Casi tanto como a los hombres no aprender a “cuidarse a sí mismos”.
Las mujeres pronto se colocaron en la cima de las estadísticas en cuanto a número de libros leídos. Estudios realizados en las escuelas muestran que los niños daban menos valor a la lectura, se movían más, escuchaban menos. Creo que lo fundamental es esto: escuchaban menos.

Los varones se interesaban menos por las historias de los otros. Las mujeres suelen sentir una curiosidad insaciable por los otros, que puede desembocar en chismorreos de patio de vecinos o en grandes obras literarias, y a veces en ambas cosas a la vez. Desde Sherezade hasta nuestras abuelas y madres, las mujeres han almacenado historias, han sido geniales narradoras de relatos y cuentos. Siempre recordaré que, de pequeño, cuando tenía la gripe, mi abuela María me contaba cuentos y mi madre Herminia que se aprendía de memoria los cuentos que oía los domingos por la radio y luego me los contaba abnegada, una y otra vez cuando se lo requería. 
Es indudable que el acceso a la lectura, que es la principal puerta de ingreso al mundo de la cultura, supone un gran avance para cualquier colectivo étnico o social en posición de desventaja y de dependencia. El leer da mayor confianza en el propio valer, nos hace más autónomos, nos ayuda a pensar y nos abre nuevos horizontes.
Si todo esto es así…
¿Porqué tengo la sensación que se está perdiendo, no sólo el hábito por la lectura, sino el interés por la misma?.
Será que la gente piensa que ....¿Leer perjudica gravemente la salud?
Continuará…..
©JAS2012

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