El fenómeno inmigratorio despierta unos sentimientos diferentes a cada uno. Por ello hablaré de este tema intentando huir de los sentimientos e intentaré limitarme a dejarles unas informaciones y comentarios para que puedan tener más datos para reflexionar.
Si el próximo año triunfan los republicanos en Washington acompañados de su retórica populista, preponderando la fuerza sobre la diplomacia -entendida como muestra de debilidad- y retoman el papel de sheriff mundial, la guerra de Siria podría vivir una nueva escalada militar y el mundo sería aún más inestable.
El autoproclamado Estado Islámico podría instalar su califato a sólo 300 kilómetros de distancia de la Unión Europea. En Libia, frente a las costas de una frontera marítima, que se ha convertido en la más mortífera del mundo. El caos en Libia, en sus instituciones y en un ejército casi ficticio, han creado las circunstancias perfectas para que el yihadismo de Abu Bakr al-Baghdadi se extienda y se fortalezca en el país que guarda las reservas petrolíferas más grandes del continente africano. En un territorio clave para la estabilidad de Túnez y Egipto, y para el aprovisionamiento energético de la economía europea.
Cada día aumenta más el precio a pagar por la indecisión de los gobiernos occidentales, por la falta de estrategia sobre cómo actuar ante un conflicto que tanto Europa como los Estados Unidos consideraban prioritario y que se ha complicado aún más por la entrada de nuevos actores sobre el terreno -especialmente por el despliegue militar ruso- y que les ha acabado amenazando dentro de sus propias fronteras.
Seguramente la guerra de Siria continuará a pesar de las negociaciones diplomáticas. Debemos recordar que las guerras son también un negocio y los principales actores de la guerra de Siria, no creen que tengan más a ganar asegurando un acuerdo de paz, que derrotando a sus enemigos. Esto significa que también continuarán los desplazamientos internos de población, la huida de refugiados y la tensión en la UE para el futuro del tratado Schengen.
Después de un año en que el número mundial de refugiados y desplazados por la guerra y la violencia superó todos los registros de la Segunda Guerra Mundial, la ONU prevé que en 2016 esta cifra seguirá creciendo. El caos sirio, con las más de 250.000 vidas perdidas y más de cinco millones de refugiados, ha revertido también otra tendencia global que confirmaba el descenso imparable del número de víctimas de guerras y conflictos en los últimos 50 años, pese a que la inestabilidad continuaba.
No todos los inmigrantes son iguales en todo, ni todos son refugiados.
Los que más difícil lo tienen son los que proceden de Afganistán o del área subsahariana, que han entrado históricamente en Europa por los países fronterizos como España y que los países centroeuropeos se afanaban, hace sólo medio año, en que se quedaran en el primer país europeo que pisaran. ¡Vaya cambio de actitud!
Estos inmigrantes, que arriesgan sus vidas cruzando el Mediterráneo, en su gran mayoría desconocen el idioma con el que comunicarse en el país de destino. Además, bastantes de ellos tienen un nivel muy bajo de formación y les es muy difícil encontrar un empleo que les ayude a mantenerse. Prácticamente sólo les queda “reciclar basura”, aceptar trabajos en régimen de esclavage, muchas veces ilegales y perjudiciales para el comercio y la Hacienda del país de acogida, como el “top manta”, y malvivir de la asistencia social, aunque esto sea mucho mejor vida que en sus países de origen.
Otro tipo de inmigrantes, calificados por algunos como refugiados, son los procedentes de Siria. Entre ellos hay un alto porcentaje de universitarios y profesionales cualificados. Muchos de ellos son capaces de hacerse entender en inglés y por ello se han espabilado en intentar llegar a Alemania, y países nórdicos, cuyos gobiernos los han acogido con los brazos abiertos, simulando un alto grado de solidaridad, que incluso supera los niveles típicos de los países mediterráneos, paradigma de los comportamientos solidaria y políticamente correctos.
Los refugiados sirios responden a otro perfil. La mayoría deciden huir para no tener que participar en la guerra cuando les llaman a filas. Las expectativas son sencillas: empezar una nueva vida lejos de la devastación. El conocimiento del inglés les permite salvar la barrera idiomática entre sus países y los del norte de Europa en que una buena parte de la población ha aprendido desde la escuela a comunicarse en inglés. Los que ponen suficiente tesón, esfuerzo y fuerza de voluntad, para empezar a trabajar de “lo que sea”, tienen muchas probabilidades de éxito. Hay que aguantar y no rendirse nunca para poder aprovechar las oportunidades que se les presentan. Esta actitud es fundamental en cualquiera que pretenda superar algún tipo de adversidad, pero en su caso, es también necesario que el país receptor pueda fomentar la oferta de “trabajos” en lugar de sólo subsidios, salarios de subsistencia o limosnas.
Es fundamental enseñar a los niños y jóvenes a estudiar, hacer los deberes y a superarse para hacer cada día las cosas mejor. Lo contrarío es enseñarles con el ejemplo a “pedir” o sólo a “exigir” sus derechos, al tiempo que nos escaqueamos de cumplir con nuestras obligaciones. Las actitudes de muchos mayores, cuando gritan ¡Exigimos ”nuestros derechos”! –nunca se oye a nadie gritar “¡déjennos cumplir nuestros deberes!– son el ejemplo que dan a los jóvenes para que abracen actitudes de “pequeños dictadores” en el seno de sus familias.
En Alemania y demás países del norte de Europa, los Ministerios de Empleo (no de “Subsidio y Desempleo”) establecen programas que ayudan a los licenciados extranjeros a encontrar trabajo más rápidamente. Por supuesto que no son capaces de ofrecerles el trabajo de sus sueños a todos los refugiados, pero al menos les ofrecen algo que les permita conservar mínimamente su autoestima, y decir que “ganan algo” y “están ocupados”. No consideran como alternativa válida, permitir que se queden sentados sin hacer nada en un centro de refugiados, pidiendo en alguna esquina o haciendo cola para recibir una limosna o comida en algún albergue durante años y con pocas perspectivas de conseguir algo más. ¡¿Les suena?!
Son dos formas diferentes de política social. La primera, a mi entender más justa para todos y más viable a corto plazo y la segunda, más injusta para todos y aunque no lo parezca, mucho más injusta para los que reciben la limosna, porque degrada su amor propio, mina su autoestima y les mantiene cautivos de quien les paga la subsistencia y dependientes de por vida de una limosna insuficiente para vivir con dignidad. Aunque tal vez a algunos políticos, esto último les viene de perlas.
Aunque se quiera calificar como políticamente incorrecto hablar del tema, cuando una sociedad acoge un refugiado, al menos al principio, el choque cultural es grande. Siempre resulta más cómodo convivir con gente con la que compartes las mismas raíces y los refugiados se sienten distintos porque su piel, sus costumbres, su lengua, etc. son diferentes. Para la integración de los inmigrantes en el país que los acoge, es vital que estos se mezclen con la población local, de lo contrario, acabarán sintiéndose segregados. Si esto no se cuida y se establecen todos juntos, en barrios separados de la población local, la inmensa mayoría de ellos jamás se llegará a integrar. Nunca dejaran de ser sirios, pakistanís, afganos o subsaharianos y nunca adaptarán sus costumbres a las del nuevo entorno en el que han decidido establecer su hogar. A veces incluso surgirán extremismos y se negarán a aceptar las costumbres sociales de la sociedad de acogida.
Esto fenómeno se puede comprobar muy fácil en Catalunya, incluso teniendo en cuenta que los inmigrantes y los autóctonos son de la misma raza, religión, del mismo Estado y con muchas costumbres similares. Si un visitante extranjero visitara un pueblo o ciudad pequeña en Catalunya, no podría distinguir, ni por el habla ni por las costumbres, si estaban ante un joven nacido en el pueblo al que sus padres llegaron emigrados desde otra región de España, si habían llegado hace tres generaciones o si hace diez porqué la integración es prácticamente total. Todos hablarían el catalán y seguirían las mismas costumbres.
Si este mismo extranjero visitara un barrio periférico de cualquier ciudad del Área Metropolitana, el resultado sería totalmente distinto. Pensaría que está en otra región de España. Todos hablan en castellano, con los diferentes acentos de las regiones de procedencia, guardan las tradiciones de sus regiones de procedencia y lo mismo hacen sus hijos, nietos, etc. A muchos incluso les cuesta entender que están en Catalunya, les basta con estar en España y el gentilicio catalán les deja indiferentes o incluso les estorba.
Cuando la “no integración” involucra a personas de diferente raza, religión, costumbres, idioma, etc. afloran más problemas de convivencia y comprensión. Muchos grupos extremistas los aprovechan para radicalizar posturas.
Algunos se saltan el discurso políticamente correcto y dicen:
· “Estos refugiados nos quitan nuestro trabajo y se benefician de un bienestar social que ni sus antepasados contribuyeron a construir, ni ellos lo hacen ahora. Además, ellos van a ser deficitarios de por vida porqué nada más llegar se les proporciona sanidad y educación gratis para ellos y toda su numerosa prole. Jamás van a pagar en impuestos lo que les correspondería si se pagase a "escote" y la inmensa mayoría de sus descendientes tampoco lo harán, porque seguramente emigrarán y si no lo hacen, muy largo me fías el posible retorno”.
· “Lo de que sus hijos pagarán las pensiones de los autóctonos es una mentira porqué, si no hay ni siquiera trabajo para los hijos de los autóctonos que tienen que emigrar al extranjero, como va a haberlo para los de los refugiados”. El paro entre los autóctonos en Catalunya está entre el 20%, hace dos años y el 16% actual. El paro entre los que aún no tienen la nacionalidad, no ha bajado del 30%. Los colectivos procedentes de Sudamérica (Bolivia, Ecuador, Perú ...), África (Marruecos ...) y Asia (Filipinas, Pakistán ...) se han reducido de un 20 a un 30% en los últimos 5 años debido a la gravísima situación del mercado laboral.
· “Lo cierto es que hay inmigrantes que vinieron a España y después trajeron a sus familias. Cuando vino la crisis, el padre y los hijos mayores emigraron a otros países de Europa y la madre e hijos pequeños se han quedado en España subsistiendo como pueden, con las ayudas sociales, salud, educación, ayuda alimenticia, becas comedor, pobreza energética, pagada por los contribuyentes autóctonos”. Los políticos Europeos están preocupados por la gran oleada de inmigrantes Sirios que representan menos de un 0,3 % de la población en Europa. ¿Cómo es que, en nuestro país, ningún dirigente se preocupó por un crecimiento de la población inmigrante que representaba añadir, en sólo una década, un recién llegado por cada cinco habitantes (incremento de un 20% de la población en Catalunya)?
· Algunos grupos quieren implantar sus costumbres a los autóctonos. En Reus un colectivo magrebí les dijeron a otros pacientes en una sala de espera del hospital: “Nosotros llegamos en pateras, dentro de poco decidiremos como saldréis vosotros de aquí”. "Conviértete o muere" es el mensaje con el que varios dueños de negocios en Marsella se encontraron por parte de los musulmanes recién llegados, una advertencia que a menudo adorna en forma de macabra pintada la fachada de sus establecimientos.
· El malestar entre grupos étnicos o religiosos en países de origen se trasladan a los países de acogida. Tenderos cristianos de la ciudad sueca de Gothenburg se enfrentan al acoso de radicales islámicos que han aprovechado la generosísima política de asilo sueca para enseñorearse de los colectivos de refugiados del país. La situación no es mejor, al contrario, en los propios centros de refugiados donde conviven cristianos y musulmanes, hasta el punto de que los primeros están abandonando los locales de acogida ante el acoso de sus compatriotas musulmanes. No se atreven a quedarse porque la atmósfera es demasiado intimidante y no tienen ayuda.
· Etc.
Estos comentarios y muchos otros que seguro que todos hemos oído o leído, deberíamos ser capaces de debatirlos sin acaloramiento y con responsabilidad. Las convivencias son difíciles y cuando se mezclan tantas culturas, razas y religiones diferentes todavía más.
La ingente cifra de refugiados que ha llegado a Europa en estos últimos meses hace que la prioridad ahora mismo sea darles cobijo, alimento y cuidar su salud. Al mismo tiempo es urgente pensar en el futuro de estos refugiados y poner en marcha las medidas necesarias para preservar en lo posible el bienestar de nuestra sociedad sin alimentar la intolerancia y los discursos xenófobos. Europa no puede acoger todos los refugiados del mundo. El espacio habitable es finito y también son finitos los recursos disponibles.
Los problemas no se resuelven solos ni gritando mostrándose más solidarios que nadie. Los españoles somos países de grandes “demostraciones” de solidaridad. A aparentar no nos gana nadie. ¡Queremos ser los primeros en “solidaridad”!
Conozco a no poca gente que ante un infortunio, problema o dificultad se solidarizan los primeros con grandes efusiones de afecto adornadas con pronunciamientos al estilo de: “¡Yo te apoyo!”, “¡Yo convido!”. El problema es que ni han pensado en cual es la dimensión real del problema, ni saben como ayudar, ni tienen con que ayudar y si es que lo tienen, a la hora de la verdad, no están dispuestos a rascarse la cartera para ayudar. Es muy fácil manifestarse “exigiendo ayuda para ….” cuando sabes que serán otros los que realmente lo harán. Proponen gastarse el dinero necesario y de entrada dejarlo a deber. Más adelante ya se buscarán recursos en algún lado, ahora este no es el problema. ¡Que lo pague el estado, el ayuntamiento!. Ni el Estado ni los Ayuntamientos generan dinero, redistribuyen recursos recaudados con los “impuestos” que como su palabra indica son “impuestos”, no “solidarios”. Esta forma de pensar no tiene futuro porque es muy cínica.
Si siguen los flujos actuales, la situación pronto se volverá insostenible. Algunos estados ya han tomado decisiones unilaterales de controlar sus fronteras y aprobar medidas drásticas para frenar las llegadas. Esto representa “menos Europa”, más desunión y más extremismo.
¿Es eso lo que queremos?
Si es verdad que la natalidad disminuye alarmantemente –observen sus familias porque ni en la mía ni en las de mi alrededor no veo tal alarma– y si ni la robótica ni las nuevas tecnologías llegan a nuestro país, tal vez necesitemos más inmigrantes, pero desde luego, ni tantos ni tan deprisa.
La mayor parte de estos inmigrantes vinieron a España en los pasados 20 años atraídos por la creación de una enorme cantidad de puestos de trabajo poco cualificados y mal remunerados que permitieron que muchos empresarios hicieran dinero fácilmente y que sus clientes (entre los cuales, los turistas) disfrutaran de servicios baratos. Se trata de un error colosal del que no me consta que nadie haya arrepentido públicamente. Proporcionar vivienda, servicios sociales y en algunos casos apoyo a la supervivencia de muchas de estas personas es ahora trabajo de las administraciones públicas y de las entidades benéficas, no de aquellos empresarios ni de sus clientes. ¿Durante cuanto tiempo podemos seguir asumiendo este gran esfuerzo?
Una sociedad sana necesita una demografía sana, y la nuestra, desgraciadamente, no lo es porque su gestión está ausente de los programas políticos. Hay que introducirla y responder a la pregunta de cuántos habitantes queremos tener dentro de veinte años y como nos lo haremos para tenerlos. Más que nada para no volver a equivocarnos.
©JuanJAS
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