¿Piensan que lo que es bueno para el desarrollo de nuestro sistema social, también es bueno para nosotros, las personas?.
El sistema social en el que vivimos requiere de los seres humanos egotismo, egoísmo y avaricia, características (¿defectos o cualidades?) que son innatas a la naturaleza humana; por ello, no sólo el sistema, sino la misma naturaleza humana las fomenta.
Si se razona según esta línea de pensamiento es fácil entender que a las personas nos sea difícil conseguir la satisfacción plena, porque nuestros deseos no tienen límite; es fácil entender que envidiemos a los que tienen más, y temamos a los que tienen menos.
Hace unas semanas me contaba una pareja de ancianos: "Nadie nos pregunta como hemos conseguido llegar a tener lo que tenemos, sin embargo todos lo codician. Además, el Estado, el Gobierno, los Partidos políticos, muchas personas desconocidas, algunos vecinos y hasta algunos familiares lejanos van en busca de nuestros ahorros y no paran de maquinar para intentar repartirse lo que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir para poder vivir felices en paz, sin deber ni tener que pedir nada a nadie".
Algunos admirarán el proceder de personas como la pareja anterior que piensan, trabajan y ahorran parte de lo ganado para procurarse un porvenir. Sin embargo pocos aceptarán confesar abiertamente esta forma de pensar como deseable para la mayoría de miembros de nuestra sociedad. Parece que no es políticamente correcto hacerlo. El protocolo social pide que estas personas repriman sus sentimientos de satisfacción personal por lo conseguido con su inteligencia y esfuerzo. Mejor aparecer como uno más del montón al presentarse ante los otros; sonriente, sincero aunque sea sólo en apariencia, amable, resignado, divirtiéndose jugando al mus o viendo el partido con sus amigos, en lugar de esforzarse en atender sus obligaciones y confiando que el tiempo lo arregle todo. ¿Les suena alguien que últimamente se comporta así?. Y eso que está apunto de enfrentarse a una contienda electoral.
La pasión de “tener” siempre ha producido una guerra de clases interminable.
Ayer lo decía un político (tirando hacia la izquierda) en un debate televisivo: "lo que separa, divide y rompe, más que la lengua o el sentido de pertenencia a una comunidad, es la desigualdad de renta per cápita de cada persona, grupo, barrio o comunidad".
La pretensión de los comunistas de que su sistema pondrá fin a la guerra de clases al suprimir las clases, es una ficción, porque su sistema se basa en el principio de un consumo ilimitado como meta de la vida. Mientras todo el mundo desee tener más, se formarán clases y reñirán entre ellas, sin que importen las fronteras, sean del tipo que sean. La avaricia y la paz siempre se han excluido mutuamente.
Al mismo tiempo, la lucha por “tener” ha hecho que la relación de la gente con la naturaleza se haya vuelto cada vez más hostil. Las personas hemos renunciado a vivir en armonía con la naturaleza, y en algún momento algunos decidieron conquistarla, transformarla para conseguir sus fines. Otros fueron arrastrados por la corriente avariciosa para conseguir más ganancias a corto plazo sin preocuparse por las generaciones futuras. Esa conquista se convirtió, cada vez más, en equivalente de destrucción. Nuestro espíritu hostil y de conquista nos ciega al hecho de que los recursos naturales tienen límites y pueden agotarse, y nos negamos a pensar y menos admitir que la naturaleza luchará contra la rapacidad humana. El cambio climático cada vez nos dá más pruebas de ello. La sociedad industrial despreció la naturaleza, a todas las cosas que no estuvieran hechas por máquinas, y a los pueblos que no fueran capaces de fabricar tecnología se les veía como inferiores. Ya hace décadas que la gente se siente atraída
por los objetos tecnológicos, por el poder de las máquinas, de lo que no tiene
vida y no duda en destruir la naturaleza y el planeta en el que vivimos. Hoy
mismo se ha tenido que aplazar la conclusión de la Cumbre del cambio climático
en París porque los países productores de petróleo, y los principales
manufactureros no están dispuestos a encarecer sus procesos de producción para
reducir la contaminación y el cambio climático. Total, dentro de cien años, todos calvos. Prefieren salvaguardar el beneficio presente que preservar el beneficio futuro para sus corporaciones. El beneficio para toda la humanidad nunca ha entrado en su ecuación.
¿Cuando seremos conscientes de que la época industrial no pudo cumplir su "Gran Promesa de felicidad"?. Tal vez haya esperanza porque cada vez más personas se dan cuenta de que:
- La satisfacción ilimitada de los deseos no produce bienestar, no es el camino de la felicidad ni aun del placer máximo.
- El sueño de ser los amos independientes de nuestras vidas terminó cuando empezamos a comprender que todos éramos engranajes de una máquina burocrática, y que nuestros pensamientos, sentimientos y gustos los manipulan el Gobierno, las grandes corporaciones y los medios de comunicación para las masas que ellos controlan.
- El progreso económico ha seguido limitado a las naciones ricas y algunas emergentes que han emulado sus prácticas, y el abismo entre los países ricos y los pobres se agranda.
- El progreso técnico ha creado peligros ecológicos y de guerra nuclear; ambos pueden terminar con la civilización, y quizás con toda la vida.
Cuando fue a Oslo a recibir el Premio Nobel de la Paz (1952), Albert Schweitzer desafió al mundo «a atreverse a enfrentar la situación… El hombre se ha convertido en un superhombre… pero el superhombre con su poder sobrehumano no ha alcanzado el nivel de la razón sobrehumana. En la medida en que su poder aumente se convertirá cada vez más en un pobre hombre… Debe despertar nuestra conciencia el hecho de que todos nos volvemos más inhumanos a medida que nos convertimos en superhombres».”
Parece que nadie recogió el guante que lanzó Mr. Schweitzer.
También es cierto que seguimos viviendo para contarlo. La tecnología avanza a
pasos agigantados y las personas nos enfrentamos a conflictos éticos y de
asimilación de tanto cambio.
Es cierto que algunos humanos —científicos, ingenieros,
médicos, biólogos, etc.— ayudados por los ordenadores y las redes de
comunicación para compartir los hallazgos instantáneamente han posibilitado el
desarrollo exponencial de la tecnología como una extensión del ser humano.
Hoy en día ya somos bastante
máquinas: desde que salimos de la caverna, nos ponemos ropa, gafas, nos
conectamos a los Smartphone, tomamos comida procesada, etc. Empezamos a olvidar
o por lo menos valorar cada vez menos lo puramente orgánico, lo 100% humano y
tomamos la tecnología como algo que forma parte de la rutina normal.
Hace 50 años, la cirugía
plástica se consideraba un lujo que sólo consumían los que utilizaban su apariencia
corporal para ganarse la vida. Ahora parece que implantar tecnología en el cuerpo
suena raro, peligroso o más allá de lo humano, pero dentro de unas décadas podría
normalizarse como lo ha hecho la cirugía plástica. La idea del Biohacking es comenzar
a utilizar la tecnología para transformar nuestros cuerpos y empezar a ser
humanos superiores.
©JuanJAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario