Hace tiempo alguien me expuso una teoría que me sorprendió.
Mi respuesta chistosa a la graciosa teoría de la PEREZA |
Aseguraba mi contertulio que el auténtico motor que ha impulsado el avance de la humanidad era la "pereza".
Me explicó que: "debido al peor de los pecados capitales, así calificaban a la pereza cuando yo era pequeño, a alguien se le ocurrió inventar una pala y así ahorrarnos el esfuerzo de hacer hoyos con las manos o con un palo. Los hombres y mujeres, jóvenes y viejos, debido a nuestra pereza innata, siempre hemos buscado que algo o alguien hiciera las cosas por nosotros. Así hemos llegado a llenar nuestras casas de múltiples robots que nos hagan las tareas domésticas y a pedir que nos traigan la comida a casa sólo con llamar por teléfono. Toda nuestra evolución ha sido motivada por nuestra pereza. Piensa que si nos hubiera encantado pasarnos el día trabajando aún seguiríamos en la Prehistoria".
La teoría tiene su
atractivo pero es evidente que han hecho falta muchos más motores para llegar
adonde hoy estamos, y algunos no tienen buena fama. Uno de ellos es la
ambición, especialmente la de algunas personas concretas que han sido claves en
nuestra historia.
Mi ambición se ve obstaculizada por mi pereza – Charles Bukowski
En el mundo económico la pereza y la ambición han ido más
unidas de lo que parece ya que las ideas de los emprendedores suelen ser
financiadas por capitales que buscan beneficios sin esfuerzo.
Si alguien
invierte confiando en el negocio que ha montado otro –por ejemplo cuando acude
a una ampliación de capital de una empresa que cotiza en bolsa- busca que su
dinero trabaje por él y a su vez está financiando la ambición de alguien.
Habitualmente, el que
tiene el dinero depositado en el banco hace lo mismo: dejando que sus ahorros
trabajen por él confiando en la gestión de los profesionales que en teoría
sabrán obtener beneficios tanto para su entidad como para abonar intereses al
cliente. Pero estamos llegando a un punto en el que, debido a la política
ultra-expansiva del banco central, nuestra entidad financiera no puede
ofrecernos nada por guardarnos el capital: Los intereses que pagan las cuentas
de ahorro, los depósitos a la vista y los depósitos a plazo fijo son
minúsculos, lo que se traduce en rentabilidades negativas cuando se descuentan
los gastos y la inflación.
A pesar de que el trasvase de dinero de los
ahorradores españoles desde depósitos a fondos parezca descomunal, lo cierto es
que no sólo queda todavía mucho dinero y parece que muchos ahorradores todavía
no se han dado cuenta del drástico cambio que ha supuesto la política de tipos
de interés bajos del BCE para su patrimonio personal y se resisten adelgazar
sus cuentas de depósitos en los bancos y a invertir en productos de riesgo.
Es el momento en el que
algunos se preguntan: ¿entonces para qué tener el dinero en el banco? Y por eso
es tan importante que el Estado respalde, al menos hasta 100 mil euros, todos
los depósitos porque el argumento más sólido –aparte de la comodidad para
cobrar la nómina, pagar facturas, las tarjetas etc.- para seguir depositando
nuestros ahorros en una entidad financiera es la seguridad que quizás nuestro
colchón no nos ofrece.
¿Será esto suficiente para que sigamos usando los bancos
si acaban cobrándonos por guardar nuestro dinero?
En un cantón suizo, un
banco solicitó a sus clientes que no le pagaran demasiado pronto los impuestos,
porque guardarles esa liquidez hasta depositarla en la agencia tributaria, les
hacía perder mucho dinero en intereses. Mientras, un banco alemán anunció que
crearía bóvedas para guardar el dinero y así no tener que depositarlo en BCE y
pagarle intereses…
Los tipos de interés tan
bajos tienen consecuencias negativas y positivas y una de estas últimas es que es mejor destinar la liquidez que uno tenga
a cancelar deudas, que a tener depósitos. Pero si hay una fuga de capitales
de la banca a “bancolchón” huyendo de impuestos y tipos negativos, el sistema
puede peligrar porque los bancos sin depósitos reducirán los créditos. Es
curioso porque en teoría los tipos están tan bajos para que ahorrar no merezca
la pena y aumente la inversión, pero mientras no aumente la inflación, guardar
el dinero ya genera beneficios así que ¿para qué arriesgarlo? No es que los
bancos centrales no sepan esto, es que confiaban, porque de hecho es lógico
pensar así, que con tipos de interés negativos se dispararía la inflación
porque la gente consumiría más.
Pero mucha gente está tan
endeudada y gana tan poco, que no tiene ni para pagar deudas ni para gastar.
Los que ingresan más, consumen más, pero
como estamos en un mundo en el que los costes se han reducido —globalización,
abaratamiento de las materias primas, productividad generada por avances
tecnológicos…— los efectos se compensan y los precios no suben o suben
poquísimo.
Puede que simplemente
necesitemos acostumbrarnos a que no haya inflación, y a no recibir intereses
del banco porque aunque no obtengamos rentabilidad. La verdad es que tampoco
perdemos poder adquisitivo como pasaba antes, cuando nos ofrecían intereses
pero el IPC se los comía… Lo comido por lo servido.
El mundo financiero ya
está acostumbrado —se negocian bonos con tipos negativos con normalidad desde
hace tiempo— pero al mundo económico real es evidente que le está costando
digerir esta nueva situación. Aunque los endeudadísimos Estados sufran porque
necesitan más inflación para que su enorme deuda se reduzca con el paso del
tiempo, a la vez tienen el beneficio pagar muy poco por la deuda que emiten e
incluso en algunos casos, hasta recibir intereses por ello. Ya se sabe que si
alguien te ofrece un servicio gratis se suele consumir más de lo que realmente
se necesita —comida en los bufet libre, créditos hipotecarios impagables,
medicamentos que no llegan a usarse, etc.— por eso quizás los Estados no tengan
el estímulo suficiente como para reducir su deuda. En España ya sube más que su
PIB anual.
En cualquier caso, una
situación novedosa, inesperada y potencialmente peligrosa la que estamos viviendo.
Por si acaso, cualquier
persona que esté en disposición de dejar de consumir y ahorrar una cantidad
periódica de dinero debería plantearse contratar un plan de ahorro en fondos de
inversión.
Obviamente,
las acciones y los fondos experimentan mayores fluctuaciones en su evolución
que, por ejemplo, los depósitos a la vista. Durante los últimos quince años ha
habido varios episodios de turbulencias en las bolsas, algunos de escasa
relevancia y otros más importantes, como los provocados por el estallido de la
burbuja puntocom a comienzos de la década de 2000, la crisis inmobiliaria de
2008, el desastre de Fukushima y la crisis de deuda de 2011. Sin embargo, estas
fluctuaciones no han afectado de forma significativa a las rentabilidades de
los planes de ahorro en fondos, ya que, por norma general, los hundimientos de
las cotizaciones dan paso a avances en un tiempo prudencial.
Si lo que se
quiere es crear riqueza a largo plazo, las acciones y los fondos son la menos
mala de todas las opciones posibles para el pequeño ahorrador. El tiempo de la
hucha, la cuenta de ahorros y el depósito a plazo pasaron a la historia.
©JuanJAS
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