El peligro, el riesgo, nos acompaña desde siempre y llevamos miles de años gestionándolo. Cuando olemos “peligro” a nuestro alrededor, nuestros instintos toman el control. Estamos programados para responder, nuestros actos se tornan “reflejos”. El problema es que ni los riesgos son hoy tan evidentes como antaño ni la respuesta correcta es tan intuitiva. Ya no se trata de huir para salvar la piel o luchar cuando estamos acorralados.
Hoy en día, vivimos en sociedades estructuradas, organizadas, donde los riesgos físicos se han eliminado casi en su totalidad, donde otros se la juegan por nosotros (Policía, Bomberos, Ejército…) y otros toman decisiones que nos correspondería tomar personalmente, asumiendo la responsabilidad correspondiente. Diversas normas nos protegen de nosotros mismos, como los límites de velocidad, los semáforos, la regulación farmacéutica, las normas de construcción, la protección al consumidor… Incluso nos auto-avisamos de riesgos evidentes… el “Mind the Gap” de los ingleses. Bueno, tal vez no tan evidente ahora que muchos van absortos mirando su móvil y aislados del mundo con sus auriculares.
¿Cuál puede ser esa respuesta no tan intuitiva? ¿Cuál es la advertencia, el “Mind the Gap” verdaderamente crítico, a día de hoy? Pensemos en las intervenciones médicas, en la inversión de nuestros ahorros, en las decisiones políticas que debemos tomar.
A todos se nos presenta, antes o después, la toma de una decisión médica: ¿Me opero o no me opero?. La operación o el tratamiento puede salir bien, regular o mal. Igual que la inversión de nuestros ahorros o las decisiones que toman los políticos que hemos votado.
En medicina la incertidumbre se debe a que no hay dos pacientes iguales, ni la enfermedad o lesión será exactamente igual en diferentes pacientes. Seguimos dependiendo en gran medida de las probabilidades.
En inversión están el dinamismo de los negocios en que invertimos y el factor humano del mercado. Cuanto mejor sea nuestra calidad de vida antes de la operación, o cuantos más ahorros invirtamos, más podemos perder y más riesgo asumimos.
Podemos definir “riesgo” como “la posibilidad de un RESULTADO NEGATIVO PERMANENTE”; y la medida del riesgo que asumimos es “CUÁNTO SE PUEDE PERDER”. El secreto está en trazar un plan, anticiparse a los acontecimientos; nada que ver con predecir el futuro.
Lo primero que debemos preguntarnos, y tal vez lo más importante, es: ¿qué pasa si no invierto, si no me opero o si no sigo votando lo mismo que antes? Nuestro refranero es sabio…y dice que “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Tal vez se pueda esperar a que en el futuro surjan mejores técnicas, mejores oportunidades de inversión y mejores tiempos con una sociedad más proclive a ciertos cambios sociales. A menudo, lo más difícil es precisamente ¡no hacer nada!
El problema es que algunos piden más adrenalina. No se si por diversión, por alcanzar la gloria, por orgullo, por simple cabezonería o por irresponsabilidad.
La siguiente pregunta que deberíamos hacernos es: ¿qué es lo peor que puede ocurrir si me opero, si invierto o si sigo adelante con mi plan? Y la última, debería ser: ¿qué es lo que dicen que va a suceder si me opero/invierto/sigo con mi plan, y cómo es de probable que suceda? (Evidencias pasadas de sucesos en circunstancias similares)
A veces la respuesta es evidente: si no me opero mi vida corre peligro, y si me opero viviré. O, si no invierto y mantengo los ahorros debajo del colchón o en la libreta de ahorros pierdo con la inflación, y si invierto es una “apuesta segura”. O si “suspendo” mi plan inicial, parece que mi honor queda mancillado, aunque la verdad es que asumo que no estaba preparado y debo reorganizarme y acumular más fuerza y apoyos; y si sigo adelante ¿puedo llegar a conseguir el objetivo (¿el soñado?) con un coste asumible?.
En base a lo anterior trazaremos un plan A, y siempre un plan B. Tal vez algunos más. Casi todos los casos reales no son blancos o negros puros, tienen facetas grises. Lo que siempre deberíamos asegurar es reducir a la mínima expresión el riesgo de las pérdidas permanentes.
En medicina sólo los casos desesperados justificarían riesgos de pérdida permanente –la apuesta es sobre la “vida”, el 100%. Y como mucho se puede alargar la vida, pero no ganar otra. No hay plan B posible.
En inversión el riesgo puede ser una unidad, el 100%, y la recompensa puede ser el 20%, 50%, o tal vez más… Como regla general tampoco en inversión se debería aceptar el riesgo de pérdidas permanentes. El mercado suele ser eficiente y ganancias extremas a menudo serán una lotería (o un fraude).
En los cambios sociales forzados puede haber avances, pero también retrocesos. Tenemos ejemplos recientes cercanos.
Una vez tomada la decisión llegamos a otro momento crítico: el postoperatorio. Días buenos y días malos… A veces parece que todo salió bien, como dice el médico, como defiende el gestor de la inversión o como vocean los políticos en sus discursos-propaganda. Otros días son muy malos, nos duele todo, el progreso es tan lento y desesperante… Nuestra inversión baja, o parece estancada. En vez de avanzar hacia la tierra prometida parece que hayamos retrocedidos varios años y muchos kilómetros. Sería ideal que el médico, el gestor y el político nos hubieran explicado también esta parte: la VOLATILIDAD, las posibles consecuencias adversas del proceso y del camino a recorrer hasta llegar a la tierra prometida.
Si hay “datos objetivos, contrastados y probados” y el médico o el inversor piensan que todo sigue en su sitio, entonces el resultado final debería ser el esperado, todavía se estaría cumpliendo el plan A. En este caso favorable, la volatilidad a corto plazo es molesta, pero no afectaría al resultado final. A no ser que el PACIENTE “pierda la paciencia” y abandone la fisioterapia/tratamiento/inversión/ilusión, antes de tiempo. De ahí lo del “largo plazo”, hay que saber (y poder) perseverar si hace falta. Lo que no se debe bajo ningún concepto es perder el “capital” ni la respetabilidad ni la confianza en el camino, porque si así sucediera ya no habría nada que mejorar y ningún “paraíso” al que llegar.
Para soportar la volatilidad, el postoperatorio, la travesía del desierto, hacen falta dos cosas: PACIENCIA Y CONFIANZA de que se sigue en el buen camino. Algunos son mejores que otros en esto, tienen mejor carácter. Pero no es fácil, y toda ayuda es bienvenida. Igual que los futbolistas que se rompen un tendón y vuelven a jugar en 6 meses gracias a sus médicos y sus fisioterapeutas. También en inversión —¿qué inversión colectiva es mayor que la del futuro de tu país?— hay que intentar rodearse de los mejores, los que tienen carácter y sentido común, los que trazan un buen plan, miden los riesgos (las pérdidas potenciales) y aceptan sólo los que son razonables y mayoritariamente asumibles. ¿Tenemos en nuestro entorno ese tipo de políticos y dirigentes? ¿Podemos elegir a los mejores? ¿Lo hemos hecho? ¿Podemos confiar en ellos?
¿Han trazado un buen plan, en base a riesgos medidos antes de aceptarlos, rechazando en lo posible pérdidas permanentes para el país y para la mayoría de la ciudadanía?.
¿Hemos entendido todos (los dirigentes antes que nadie) que “volatilidad” (altos y bajos) no es lo mismo que riesgo?.
¿Tienen los dirigentes, y tenemos la mayoría, suficiente paciencia y confianza para continuar con el plan trazado?. ¿Se ha buscado, encontrado y conservado la ayuda de “gente capaz, sensata y de confianza” (ganada a lo largo de sus trayectorias profesionales pasadas)?
Si se evita tomar decisiones equivocadas (y letales) en medicina. Si se evita, en el mundo de la inversión, perder el capital o endeudarse irresponsablemente. Si se consigue mantener un amplio porcentaje de la población entusiasmada con un proyecto social, se puede intentar continuar desarrollando el proyecto con otro plan B. De otro modo es dirigirse irresponsablemente hacia el abismo. No sólo por la incompetencia técnica de los líderes del proyecto, sino también porque incompetencia es no valorar adecuadamente la “potencia de las fuerzas antagónicas” que harán “todo lo que esté en su mano para hacer fracasar ese proyecto”. La culpa puede que sea de “los contrarios”, pero hay que valorar y tener en cuenta el impacto de esas fuerzas.
Veamos el “ejemplo del MWC”. El Gobierno emitió un comunicado en el que decía que “el hecho de que las autoridades catalanas no saludaran el rey a la puerta del Palau de la Música pone en riesgo que Barcelona pueda seguir albergando en el futuro un evento global de tanta importancia". Es verdad que los operadores internacionales de cualquier evento quieren estabilidad, pero si alguien tiene poca credibilidad para exhibirse como garantía de estabilidad en Cataluña es el gobierno español. Recuerden las imágenes que ha visto todo el mundo sobre las cargas del 1/Oct, el corredor Mediterráneo aprobado por Europa y que se resisten a construir si no pasa por Madrid, la negativa a permitir conexiones internacionales en el aeropuerto del Prat, etc. Todas estas políticas del Gobierno de España son ejemplos de cómo el Gobierno de España pone trabas al desarrollo de la economía catalana, aunque a pesar de ello, Catalunya siga siendo todavía la locomotora que más tira de las exportaciones internacionales de toda España.
Siempre que los “símbolos” (rey, Gobierno, bandera, himno,…) son contestados, las instituciones sufren. Por ello es obligación de los que representan las instituciones, sobre todo si presumen de demócratas, preguntarse cuales son las razones de la contestación; sobre todo si esta es persistente en el tiempo y ampliamente secundada.
Por supuesto que deben defenderse y respetarse las leyes democráticamente redactadas hasta que no se legisle otra que la sustituya, pero las leyes son interpretables y las medidas que un gobierno toma para intentar resolver un problema a veces sólo consiguen empeorarlo o cronificarlo.
Para defender la Constitución y mantener unida España, el Gobierno estimó adecuado enviar diez mil policías a Catalunya para “mantener el orden” e impedir que votaran democráticamente más de dos millones de personas que llevan años manifestándose pacíficamente. Estas personas no sólo no fueron escuchadas sino que fueron despreciadas. ¿Cómo puede comparar el golpe militar (23F), donde guardias civiles entraron en el Congreso con metralletas y pistolas, tanques en las calles de Valencia y tropas acuarteladas, con más de dos millones de ciudadanos pacíficos intentando votar en un referéndum, con urnas y papeletas en las manos? Hacer un discurso excepcional con la imagen de Carlos III agarrando un bastón, sin una sola palabra de empatía para esas personas, ¿es una defensa inteligente de la Constitución?.
El Col.lectiu Praga ha denunciado al comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa, vulneración de derechos humanos en Catalunya por parte del Estado español durante la jornada del referéndum del 1-O. Seiscientos cincuenta juristas de toda España han suscrito la denuncia. Aún así parece que los miembros del Gobierno y muchos políticos creen que han actuado conforme a la ley y están dispuestos hacer todo lo que esté en su mano para lograrlo. Han dado pruebas reales de que están dispuestos a todo y del poder que tienen para hacerlo.
Todos y más los catalanes deberíamos recordar la desgraciada historia del Estatut de Catalunya votado por todos los catalanes pero “cepillado” por el Tribunal Constitucional. No se puede decir que los dirigentes catalanes, al menos hasta los últimos meses, no hayan hecho las cosas de acuerdo con la ley. ¿Porqué algunos dirigentes unionistas ponen tanto empeño en no valorar ni respetar la plurinacionalidad en España? Su histeria anticatalana siempre se termina volviendo contra España, haciéndola más pequeña. Todos saben lo que significa Catalunya y su capital Barcelona desde hace siglos: por Barcelona entraron en España la prensa, la radio, la televisión, el ferrocarril, las autopistas y, desde hace años, las novedades relacionadas con la telefonía móvil. Algunos quieren que entre también la República. No lo han conseguido aún pero no olvidan su empeño. Otros se resisten con todas sus fuerzas y el poder que controlan.
Así las cosas parece lógico concluir que si alguien quiere comprar un boleto de lotería, ponerse un piercing, comprar dos o tres bitcoins, o hacer algún experimento con gaseosa, no pasa nada; eso es diversión. En cambio, si se quiere emprender una “empresa importante” que precise tomar decisiones transcendentes y más si afectan a millones de personas, hay que tener mucho cuidado, ser muy responsables y haber diseñado más de un plan… y más de dos, para llevarlo a cabo. No hacerlo así es una grave irresponsabilidad por parte de los dirigentes y de sus seguidores.
No necesitamos “más de lo mismo”. No necesitamos más peleas fratricidas ni confrontación. Necesitamos líderes auténticos, singulares, empáticos que sepan y quieran dialogar, capaces de formar equipos que trabajen honestamente para provocar el cambio a mejor en una gran mayoría de ciudadanos y por extensión en la nación. Si los políticos que se presentaron a las elecciones y salieron elegidos no son capaces de recuperar la confianza de la mayoría de la ciudadanía en la clase política, seguiremos empantanados por los siglos de los siglos y cada vez será más difícil recomponer los platos rotos.
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